Wednesday, June 18, 2014

La curva del muerto

Siempre tuve curiosidad por conocer la morgue del hospital. Algunos a rasgos breves me habían comentado de la labor de disectar cadáveres y de como la muerte parecía oler a formol. El hospital municipal como toda obra arquitectónica en Cuba padecía del triste y corto destino de caerse a pedazos como siendo aplastado por el futuro. 

Entre los ladrones y la masiva falta de interés en la calidad, apenas de inaugurado el hospital llegaban las denuncias de cosas perdidas, entre ellas lamparas incandescentes, sillas, alcohol desinfectante y varias puertas, computadoras y colchones. A menudo también había fallos en la electricidad, el aire acondicionado, paredes filtradas, etc. El inevitable don de engendrar en cada cubano un ladrón a fuerza de subsistir y un vago en represalia a los absurdos salarios de un gobierno totalitario sigue siendo virtud primaria del añejo y disfuncional sistema político. Mi oficio de "plantero", como nos llamaban para abreviar a los operadores de la planta eléctrica, nos daba acceso a casi todo el hospital, pero carecía de pretextos para acercarme a la morgue que haciendo honor a las películas era un destino con ruta única al final de un largo pasillo sin iluminación. Entre risas sospechaba que los ladrones de lamparas incandescentes también tenían la acertada virtud del sarcasmo. 

Por esos tiempos los apagones se extendían desde cuatro horas hasta una semana. Aquellos monstruos japoneses estallaban inesperadamente, con estruendo de volcán devorando a tanques petroleo, en esos momentos favorables para pedirlo "prestado" se multiplicaron muchas veces el pan y los peces. 

En el ala izquierda del hospital el silencio también podía denunciar alfileres. Se escuchaban los llantos de maternidad en el cuarto piso y también la llegada de pacientes desesperados por el ala norte. 

En una noche de inusual movimiento el pasillo de la morgue me anuncio entre gritos y ecos la muy esperada oportunidad para conducirme inadvertidamente junto a la multitud del segundo piso. Frank, casi se llamaba Frankestein, pero su nombre era Julio. Tenia la apariencia de una morgue en si mismo, sus ojeras de silencio contrastaban con su personalidad cordial. Alguna impresión recibida después de conocerle me resulto extraña y anduve por un tiempo cuestionándome hasta que llegue a la conclusión de que jamas le vi sonreír. Nadie sabia donde vivía, ni tenia amigos cercanos, tampoco se le veía en la calle donde todos nos encontrábamos inevitablemente alguna que otra vez e intercambiábamos saludo. 

En nuestro pueblo pequeño existía también una "curva del muerto" como todo pueblo que se respete, normalmente se veían cruces a un lado y flores blancas, pero nuestra curva no tenia flores ni cruces, y mucho menos señales de transito o luces nocturnas, sencillamente hacia honor a su nombre. Aquella noche en que la morgue recibió la inesperada avalancha de testigos aterrorizados y familia lejana de las victimas hizo agitar a buena parte del hospital. Dos mesas de metal sostenían los cuerpos mutilados de un hombre en sus treinta  y una joven de tez morena de unos 15 años, según familiares. 

Note como una inusual serenidad me permitía examinar esa mezcla de sangre, piernas rotas y huesos emergiendo desde el torso. El reposo era tan absoluto que no lograba imaginar que en algún punto hubieran tenido voz. El hombre era demasiado robusto, sus manos y piernas buscaban espacio y un cubo cuidadosamente situado al final de sus piernas servia para recoger la sangre que iba cayendo desde la mesa a causa de las heridas. Los dientes de la joven cual cruel mueca del destino lucían desnudos tras haber sido abandonados por los labios con los que pudo haber besado tantas veces como 15 años de vida le permitió. Sus ojos escapando hacia diferentes direcciones junto a la sangre que bañaba su rostro y una clara hilera de dientes sin labios fue suficiente para dejar impregnada su imagen en mi para siempre. 

No la imagine bella hasta que al cabo de mucho tiempo alguien me mostró su foto, entonces recordé que la vi varias veces, cruzando la acera cada vez que la brisa era perfecta para acariciar sus risos. Esbelta y fragante mulata que a tantos adolescentes secuestro en sus ojos azules. Pensé entonces en Julio, importó la hora en la que tuvo que colocar el bisturí sobre su frente y remover la piel junto al cabello de su cuerpo sin vida? Desnudó los cuerpos como regalos en envoltorio hasta arrebatar sus órganos sin escrúpulo dejando solo la palidez? 

Comencé a entender mejor a Julio cuando estallando como el engendro japones lo asalte con mi pregunta - Y sabes como murieron? y me respondió con detalles - "la curva del muerto".

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